lunes, 30 de mayo de 2016

Por una buena causa. Parte 1.


Recientemente ha habido un concurso de relatos breves en nuestro colegio Aquinas American School. Como nos encantaría compartirlos con vosotros, hemos decidido que los vamos a colgarlos por partes en nuestro blog, para que así podáis disfrutar de un buen rato de lectura. Si por casualidad hay algún error o queréis comentarnos algo, nosotros estamos encantados de aprender...



Por una buena causa. 

Sucio, cansado y agotado tras una larga caminata, un hombre de aspecto misterioso atisba un pueblo pesquero en la costa, donde una furiosa tormenta castiga a los atemorizados marineros. Decide encaminarse hacia una sencilla y tosca pero cálida taberna, que resguarda y protege de la tempestad a la muchedumbre de aquel hostil y pobre lugar. Cuando entra, el mal olor y el humo de aquel lugar le golpean de lleno, pero el animado ambiente que hay le incita a adentrarse. Con la oscura capucha todavía sobre su cabeza, velando sus facciones, se dirige hacia un lugar cerca de la chimenea, donde una hoguera crepita y despide olas de confortable calor. Ya sentado y acomodado en una mesa,  echa una mirada al ambiente que le rodea. En una mesa apartada de los demás, tres hombres que hablan en susurros están sumidos en una misteriosa charla, mientras que al lado dos mujeres y un viejo que ha dado buena cuenta al alcohol se divierten alocadamente soltando carcajadas. Centrado en su observación, no se ha dado cuenta de que un joven alto y despeinado ha venido a preguntarle qué es lo que desea. Este, sin prestarle la más mínima atención, le pregunta abruptamente para sorpresa del muchacho: Chaval, ¿te gustaría que te contara una historia llena de heroicidad? El chico, entre desconcertado y encantado al mismo tiempo, mira a su  alrededor con desconfianza y un tanto confuso y azorado se sienta rápidamente junto a él, ansioso por escuchar a este interesante y misterioso hombre. Antes de empezar a hablar, el hombre saca una pipa de cedro danés, primorosamente tallada, y cuando la enciende una llamarada ilumina un rostro poderoso, digno de respeto, y sobre todo, marcado por cicatrices, huellas inequívocas de lejanas batallas. Después de unas cuantas caladas, se dispone a contar esta maravillosa, heroica, y real historia… 


domingo, 29 de mayo de 2016

Por una buena causa. Parte 2.


Cuenta la leyenda que un lejano país del norte, fue gobernado por un cruel y sangriento tirano. El pueblo estaba bajo su yugo y poder, y la esperanza de que algún día éste fuese capaz de volver a ser libres se iba desvaneciendo poco a poco sin remedio alguno.
Temprano por la mañana, cuando todavía brillaban las estrellas, el llanto de un varón recién nacido llamado Arturo anunció, sin que nadie lo supiese aún, la venida de un libertador. Aquel chico creció como su padre: alto, fuerte, de mirada firme y segura. E igual que su padre, cuando creció, deseó la libertad de su pueblo a toda costa, sin importarle arriesgar su vida por los demás. Arturo era orgulloso y valiente, pero muchos le tomaban por loco, puesto que todos los que habían osado oponerse al mandato de aquel inicuo rey, tenían la extraña costumbre de desaparecer misteriosamente sin que nadie volviese a saber nada de ellos, como si la tierra se los tragase.
Cuando hubo crecido, ya en su primera juventud, solía trepar por un gran roble al salir de la escuela, en el que se acomodaba y disfrutaba de la caída del sol, dejando que los últimos rayos le envolviesen en un cálido manto y disfrutando de aquel tierno abrazo de calor. En esos momentos sacaba su libro favorito, que tenía las páginas gastadas de tantas veces que lo había leído: “Qué bella es la libertad”. Esta era la fuente de esperanza que le ayudaba a seguir a delante, sufriendo las subidas de impuestos, los abusos y las ofensas que la corte que rodeaba al tirano lanzaba al pueblo sin remordimientos.
La triste rutina de siempre empezaba cuando la puerta de su casa chirriaba ruidosamente, dejando escapar los llantos, gritos y enfados de sus padres, que no tenían con qué alimentar a su familia. Sin mediar palabra alguna, subía corriendo a su habitación en la buhardilla, en donde una gélida corriente de aire entraba por los múltiples agujeros, haciendo que la habitación pareciese un queso gruyere.  La luz de la luna y las estrellas se sumaban al frío, llevándole a pensar en lo lejanas que estaban, libres y distantes del triste mundo en el que vivía. Y las envidiaba. Solo la almohada era testigo de las lágrimas llenas de tristeza y desolación que recorrían las mejillas de aquel pobre muchacho.

Unos molestos y cegadores rayos de sol le ayudaron a despertarse y a dirigirse a buscar su propio desayuno; pero él solo tenía una idea en su cabeza: aquella pesadilla tenía que acabar. Estaba decidido. Se encaminó hacia el mercado que en aquel día de feria bullía de gente que trabajaba e intercambiaba su sudor y esfuerzo por unas míseras monedas. Se dirigió hacia la herrería donde su ya cansado padre trabajaba junto al yunque y al intenso calor que desprendía la gran fogata que siempre tenía viva. Antaño, sus enormes y fuertes brazos le habían abrazado, pero ya había crecido y, esta vez, le venía a ver por otro motivo: venganza. Su padre le dirigió una mirada vacía que no supo descifrar, pero cuando una leve sonrisa comenzó a formarse en su rostro moreno, algo inusual en él, se tranquilizo un poco, no sin antes preguntarse a que vendría. Arturo le susurró unas palabras al oído con voz segura y la sonrisa de su padre se ensanchó, como si sus sospechas se hubiesen confirmado. 

Generación del 27- Dámaso Alonso: Monstruos (1944)

A lo largo de este curso, en clase de lengua, hemos estado viendo algunas generaciones literarias. Al estudiar autores de la Generación del 27, tales como Jorge Guillén, Pedro Salinas y Dámaso Alonso, nuestra profesora ha repartido los autores que forman parte de esta generación entre nuestra clase, y ha querido que los trabajemos  haciendo un breve análisis de un poema del autor que nos haya tocado. Este es uno de los ejemplos de lo que hemos hecho:


Todos los días rezo esta oración
al levantarme:
Oh Dios,
no me atormentes más.
Dime qué significan
estos espantos que me rodean.
Cercado estoy de monstruos
que mudamente me preguntan,
igual, igual, que yo les interrogo a ellos.
Que tal vez te preguntan,
lo mismo que yo en vano perturbo
el silencio de tu invariable noche
con mi desgarradora interrogación.
Bajo la penumbra de las estrellas
y bajo la terrible tiniebla de la luz solar,
me acechan ojos enemigos,
formas grotescas que me vigilan,
colores hirientes lazos me están tendiendo:
¡son monstruos,
estoy cercado de monstruos!
No me devoran.
Devoran mi reposo anhelado,
me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí misma,
me hacen hombre,
monstruo entre monstruos.
No, ninguno tan horrible
como este Dámaso frenético,
como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con todos sus tentáculos enloquecidos,como esta bestia inmediata
transfundida en una angustia fluyente;
no, ninguno tan monstruoso
como esa alimaña que brama hacia ti,
como esa desgarrada incógnita
que ahora te increpa con gemidos articulados,
que ahora te dice:
«Oh Dios,
no me atormentes más,
dime qué significan
estos monstruos que me rodean
y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche.»
                                                        Dámaso Alonso, Monstruos (1944)
      El poema Monstruos forma parte del famoso libro Hijos de la ira. Esta obra de Dámaso Alonso, a la vez que Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre, fue publicado en el año 1944, siendo un auténtico revulsivo. A partir de esta fecha, ambos libros hacen surgir la “poesía desarraigada”: una poesía existencial, que representa la angustia del hombre por el tiempo y la muerte en aquellos tiempos de represión, injusticias, hambre y parálisis social.
       “Yo escribí Hijos de la ira lleno de asco ante la estéril injusticia del mundo y la total desilusión de ser hombre”. Las propias palabras de Dámaso Alonso reflejan lo que él escribió en este poema: vive en un mundo lleno de maldad, en el cual le acechan monstruos. Se puede apreciar un aspecto religioso, pero un tanto problemático y difícil. Se podría decir que Dámaso Alonso intenta representar a la humanidad: el hombre se convierte en bestia monstruosa en su caída en el mal, pero al mismo tiempo se "rebela"  y pide explicaciones a Dios por ese mismo mal y el sufrimiento que provoca.
     Aunque se dice que, frente al formalismo del verso clásico y el lenguaje cuidado y poético de la poesía dominante en aquel momento, Hijos de la ira está escrito con un estilo y lenguaje sencillo y cotidiano, con una "expresión desoladora y amarga de la realidad",  mi opinión es que este poema en particular no tiene un lenguaje tan cotidiano y sencillo, y que uno necesitaría estudiar a Dámaso Alonso para poder sacar el mensaje adecuado que sus textos esconden.
     Esta oración matutina que Dámaso comparte con nosotros, nos muestra toda esa angustia dentro de él, esos deseos de vociferar y gemir al cielo ante el mundo rebosante de caos y de injusticia que nace de ellos, los hombres.
                                                                                               Santiago Gallego
Si quereis aprender más sobre la Generación del 27 os recomiendo antologiapoetica27.wordpress.com